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Expulsión morisca y repoblación balear

La Marina Morisca: De aquellos que marcharon y otros mallorquines que llegaron...

Un paseo para descubrir la historia de nuestros pueblos

25/09/2022 | Núria Gómez Bolufer

Fue un 22 de septiembre de 1609 cuando se hizo público, por orden del rey Felipe III, el Bando de Expulsión de los moriscos valencianos. Esta fecha acontecía así en un hito histórico y cultural que marcaría un antes y un después en la historia del Reino.

Con el decreto de expulsión, un total de 127.000 moriscos valencianos tenían seis días para abandonar casas y tierras y empezar un futuro muy incierto. El país contaba con una población total estimativa de 350.000 habitantes, así pues, los efectivos moriscos suponían más de un tercio de la población total. Ahora bien, según algunos autores, como Furió, en el caso de algunas comarcas, entre las que estaría la Marina Alta, el porcentaje aumentaría, puesto que la población de cristianos nuevos o moriscos aumentaría a dos tercios del total.

 

En datos más concretos, extraídos de la obra de Lapeyre, se estima el número total de expulsados en 272.140 de todo el territorio peninsular: el 43,16% pertenecía a Valencia, el 1,36% a Cataluña, el 22,35% a Aragón, el 16,40% a Castilla, el 4,98% en Murcia, el 11% en Andalucía y el 0,75% a Granada. Solo mirando los porcentajes ya podemos deducir la magnitud que llegó a tener, en todo el reino, la bajada demográfica que la decisión política y religiosa supuso. La repercusión que tuvo la expulsión de los moriscos en la Valencia del XVII afectaba a varios ámbitos. En el marco de la economía, deberíamos de destacar la inflación de la moneda, el velló, debida, en parte, a las falsificaciones que los moriscos acuñaron, y sobre todo la crisis de la nobleza por la incapacidad de cobrar los censales a los señores feudales, a quienes habían hecho préstamos y no podían pagar por estar altamente endeudados y no tener quién cultivara la tierra. En cuanto a la agricultura, con la expulsión de los moriscos empezaron a aparecer carencias en el mercado de aquellos productos, como por ejemplo la caña de azúcar, el arroz o el trigo por quedarse sin los productores agricultores tradicionales de estos tipos de cultivos. Eso sí, esta condición aceleró que la agricultura valenciana empezara un proceso de diversificación, que continuaría hasta muy entrado el siglo XVIII. Es importante también señalar que las dimensiones de las parcelas variaron a raíz de la expulsión, eliminando parcelas de extensiones extremadamente reducidas y permitiendo así una mejora de las condiciones para los campesinos con parcelas de media extensión. Por último, tenemos las consecuencias demográficas de las que numéricamente ya hemos hablado. Para ilustrar esta situación podemos utilizar una frase del cronista contemporáneo Escolano que al hablar del Reino de Valencia escribió “que había quedado, de región la más florida de España, en un páramo seco y descuidado”. El alto grado de despoblación que sufrían los territorios implicó la necesidad de buscar soluciones, puesto que los señores se dieron cuenta que la migración que ellos esperaban —venida desde todos los lugares, como Castilla o Europa— no estaba teniendo tan buena acogida. Por un lado, porque los territorios que antes habían poblado los moriscos eran aquellos con unas condiciones menos atractivas para atraer a nuevos colonos, por ser las tierras más montañosas y áridas. Y, por otro lado, porque los movimientos poblacionales que se estaban dando entre los diversos núcleos valencianos no daba buen resultado, pues todos aquellos campesinos valencianos que llegaban a repoblar este territorio dejaban despoblado previamente el suyo. 

La solución vino de la mano de los señores. La repoblación respondía a una planificación señorial previa. En nuestra comarca aquella llegó encabezada por el sexto duque de Gandia, Carles Borja i Centelles, a quien siguieron la mayoría de los señores. Lo que se pretendía era recaudar nuevos colonos de las islas Baleares, donde las condiciones de los campesinos eran bastante complicadas, puesto que la saturación de los terrenos laborables era notable. Algunos autores apuntan el éxito de la repoblación mallorquina a un supuesto interés del virrey de Mallorca, Joan Sanz de Vilaragut, señor de la baronía de Olocau, y a quien también le afectaba la situación, teniendo en cuenta que tenía dominios en tierras valencianas. Con la muerte del virrey, la estrategia se habría podido ver en peligro, pero finalmente fue sustituido por la figura de Carles Coloma, también valenciano. La repoblación, ahora mallorquina, parece que empezaba a funcionar, tanto es así que en una reunión que tuvo el reverendo de Muro (Mallorca) el 22 de septiembre de 1610 explicaba que “este tiempo todo el mundo se va a la población de Valentia y las casas vendrán a valer nada”. La repoblación insular tuvo una clara predominancia mallorquina, seguida en menor medida de campesinos de Ibiza y Menorca. 

El proceso repoblador tuvo dos características principales. En primer lugar, se trata de una planificación señorial, como ya hemos mencionado, dado que aprovecharon las malas condiciones de los campesinos mallorquines para reponer la carencia de mano de obra barata, y además eran más maleables que los posibles colonos valencianos. Y en segundo lugar, las nuevas reparticiones o condiciones de tierras se hicieron mediante un documento firmado por ambas partes interesadas, repobladores y señores: las cartas de poblamiento. Estas son contratos de base feudal colectiva, para la población o la colonización de un lugar (y para el cultivo de sus tierras) entre el señor y los colonos, en los que generalmente se expresan los deberes y los derechos mutuos. Se trata de los documentos reguladores de las primeras fluctuaciones desde Baleares u otras localidades valencianas y datan mayoritariamente de entre 1610 a 1612, aunque encontraremos hasta la mitad del siglo XVIII.
 


Hay que tener en cuenta que, de la totalidad de los pueblos de la Marina, solo seis núcleos eran predominantemente de cristianos viejos, es el caso de Pego, Xàbia, Dénia, Teulada, Benissa y Calp. Otras 3 eran poblaciones mixtas: Murla, Ondara y Forna; y el resto eran poblaciones de cristianos nuevos o moriscos. Ahora bien, no se conservan o se conocen todos los documentos. Las cartas de poblamiento que conocemos hasta el momento, de las que tenemos noticias de su existencia o de los asentamientos de los recién llegados, según estudios realizados por J. Costa Mas (2006) sobre los archivos parroquiales, corresponden a los siguientes municipios: 1.- La Vall de Gallinera: carta firmada por Matheu de Roda, procurador del duque de Gandia y 78 cabezas de familias mallorquinas, a Benialí el 10 de junio de 1611. 2.- Parcent y Benigembla: carta común de 1612, con nuevos pobladores de Pego, Murla y también isleños. 3.- L'Atzúbia: carta firmada por el señor Francesc Roca y seis familias mallorquinas, del 26 de agosto de 1611. 4.- Negrals: Contrato entre el señor Jaume Pasqual y vecinos pegolinos el 31 de agosto de 1611. 5.- Ondara: carta puebla datada el 8 de agosto de 1611, donde incluso se reparten los cargos municipales como justicia, los jurados... y contempla las obligaciones de los vasallos respecto a los monopolios del señor, como son el molino, el horno, la carnicería, tienda, tasca, panadería y peso, así como correduría. 6.- Pego: el duque de Gandia asentó 25 vecinos en las alquerías de Benumeia, Favara y Atzaneta. 7.- La Vall de Laguar: carta puebla de la baronía de Laguar, por la que vinieron 27 pobladores. Firmada el 14 de junio de 1611 de la mano del duque de Gandia. 8.- Sanet y Sagra contaron con la repoblación de gente venida desde Granada, València y Mutxamel. 9.- Negrals con carta puebla de 1611 a seis vecinos de Pego. 10.- Benidoleig: otorgado a siete familias mallorquinas y cuatro pegolinas. 11.- Forna: carta puebla firmada el 2 de septiembre de 1611, entre Àngela Pallàs y Lladró y ocho familias mallorquinas. 12.- Tormos. 13.- Pedreguer: carta puebla de 1611, firmada entre Francesca Alpont y Pujades, señora de Pedreguer y los que serían los nuevos pobladores de Matoses y Pedreguer.

A pesar de todo, las cartas de poblamiento solo fueron el inicio de un proceso repoblador que tardará todavía un siglo para acabar de recuperar, demográficamente, las pérdidas acontecidas a raíz de la expulsión. De este modo empezó el que denominaremos proceso de “mallorquinització”. La llegada de gente proveniente de las islas perdurará durante toda la primera mitad del siglo XVII, entrando por los puertos del litoral como Xàbia y Dénia lugares de recepción y, por tanto, de nuevas instalaciones, y con los movimientos internos entre los diferentes pueblos de la Marina, en un último intento de mejorar sus condiciones y buscar nuevos terrenos para cultivar. Incluso con la repoblación mallorquina a lo largo de todos los valles interiores de la Marina, encontramos un gran número de alquerías despobladas, lugares olvidados y que nunca volvieron a ser repoblados. Tanto es así que casi podríamos afirmar que nos encontramos en uno de los territorios donde mayor concentración de despoblados se han conservado, y esto se debe a la dureza del hábitat, un lugar muy aislado, cerrado por varias sierras y sin salida natural al mar. Estos valles, Gallinera, Laguar, Ebo, Alcalà, Pop, Xaló y la Rectoria, fueron moriscos, puesto que con la conquista cristiana la población musulmana quedó relegada al interior, alejada de los grandes valles fértiles del litoral y con las consecuentes dificultades de movimiento por no estar cerca de la red viaria principal del llano costero.


Así, podríamos observar como el mapa de la comarca y todo sus núcleos poblacionales menguan después de la expulsión de los moriscos. Antes de esta, el mapa que se vería contaría con un total de 77 pueblos y alquerías. A continuación los enumeramos uno a uno: en el valle de Gallinera encontraríamos L'Alcúdia, Benialí, Benistrop, Benimamet (alquería baja), Benimahomet (alquería alta), Benimarsoc, Benirrama, Benissili, Benissivà, Benitaia, Bolcàcim, La Carroja, Llombai, Alpatró, El Ràfol y La Solana. En los valles de Alcalà y Ebo, Alcalà de la Jovada, L'Atzubieta, La Roca, La Queirola, Beniaia, Benialí, El Rafalet de Benixarcos, Capaimona, Benijuart, Bisbilan, Benicais, Serra y La Solana. En Pego, Atzaneta, Benumeia y Favara. En Castell de Castells, Ayalt y Vila. En el valle de Xaló, Benibrahim y Llíber. En Beniarbeig, Benicadim y Benihomer. En Parcent, Vernissa. En Pedreguer, Matoses. En Laguar, Ixbert, Fleix, Campell y Benimaurell. En Alcalalí, Mosquera y Beniaia. En Ondara, Pamis. Benissa. L'Atzúbia. Xàbia. Calp. Gata de Gorgos. Dénia. Senija. Murla. Sagra. La Llosa de Camatxo. Tormos. Orba. El Verger. El Ràfol d'Almúnia. Benimeli. Sanet. Negrals. Benidoleig. Els Poblets (Setla, Mira-rosa y Miraflor). Beniçadavi (actual Jesús Pobre). Forna. Y finalmente, Teulada. Es aquí, en nuestros valles interiores, donde encontramos el mejor ejemplo de la devastadora situación demográfica que sufrió el Reino de Valencia, y dónde podemos realmente observar los hábitats moriscos que un día fueron parte de nuestra historia y que hoy perduran como el recuerdo de un pasado no tan lejano.
 

 

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